“La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego”

mencionó el poeta irlandés W. B. Yeats en los albores del siglo XX.
Y hoy, a un cuarto de camino ya andado del siglo XXI, su afirmación es
tan fresca como entonces.
En medio de profundas transformaciones sociales ytecnológicas, la educación
como concepto y como vocación se reelabora y mutaentre las capaces manos
de cientos y cientos que, toman la antorcha transmisora de ese fuego que Yeats imaginaba.

Hoy el educador vislumbra un futuro ya alcanzado, un presente de velocidades
vertiginosas donde las redes virtuales y los espacios asíncronos se entremezclan
con la psicología de un pueblo global de internautas hambrientos de contenido,
instantáneo e infinito. Y entre los profundos pliegues tecnológicos de un hoy ya
arribado, se alza voluptuoso un fenómeno ya esperado. La IA se levanta desde
una posición de desafío. Miles de modelos, de casi todo, aparecen como gotas
de rocío después de una noche larga y fría.

La IA está aquí para quedarse, y trae tras de sí desafíos monumentales y oportunidades ciclópeas.
Su sombra es intimidante y su alcance un misterio, pues trastoca con su fría
mano de silicio lo que hasta ahora creíamos que era lo posible. A un clic se encuentra
el educando de volcarse sobre la cómoda alienación que susurra, entre prompts y
entre respuestas, una tecnología que no hace, sino continuar hacia adelante, un adelante
que parece no esperar a nadie.


Nuestros posgrados


¿Cuál es el antídoto para el cáncer que esta sombra vaticina?

Pues… tendríamos que replantearnos si es cáncer lo que vemos o si, por el contrario,
la IA representa los primeros crepitares de la eclosión de un mundo repleto hasta
el tope de misterios
, que aun nuestros ojos son jóvenes para ver. Un mundo acelerado
hasta los cimientos por computaciones cuánticas, robóticas antropomórficas y un sinfín
de nuevos mañanas que llenan a tope los cubos del porvenir.

Pero recordemos a Yeats, no es llenar esos cubos lo importante. La pasión humana sigue
siendo el centro
; ese fuego, atizado por las brasas de los que nos preceden, sigue siendo
el ingrediente último, aquel que transmuta la fría información en conocimiento vivo y en
experiencia palpitante; experiencia que el silicio no conoce ni desea.

La pasión del educador, el fuego transmisible que brota de sí… ¡Ese es el verdadero antídoto!
Entre las vicisitudes de infinito contenido autogenerado a velocidades imposibles de comprender,
por entes de silicio imposibles de comprender, es la pasión la protagonista, que puede guiar
a los educandos a través de la complejidad que significa ser humanos, a través del
entramado que significa aprender siendo un ser sintiente, emocional, ético y autorreflexivo;
un ser de carne que necesita a otro.

Así, enseñar en el siglo XXI repleto de IA no es transmitir información ni llenar nada.
En el siglo del cambio, enseñar es fomentar las habilidades que nos distinguen como
humanos, fomentar la empatía, la resiliencia y la adaptabilidad, antídotos contra el
verdadero cáncer de la apatía y la desconexión. Enseñar es motivar, conectar e
interesar
; enseñar, sin duda, es apasionar…


Dr. Lázaro Salomón Lara, docente de CEVER Siglo XXI, psicólogo y doctor en Investigaciones Cerebrales por la Universidad Veracruzana, apasionado del estudio de la mente y su relación con el cerebro.